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APRO; Recuerdan a Digna Ochoa, a 10 años de su muerte

19 de octubre de 2011

Miércoles 19 de octubre de 2011, por acuddeh

Hoy, en la casa de la familia Ochoa y Plácido sólo quedan fotos y en el pueblo de
Misantla una placa conmemorativa. Esos son los recuerdos en honor a la mujer que
hasta el final dio voz a los más vulnerables y de aquella activista que cuestionó a
quienes ejercieron el poder.

La familia de Digna tiene la certeza de que la asesinaron y, con esa seguridad sigue
esperando, aguarda reivindicación, congruencia y justicia.

APRO

19 de Octubre de 2011.

Sección: Nacional.

Recuerdan a Digna Ochoa, a 10 años de su muerte

Anayeli García Martínez

MISANTLA, Ver. (apro-cimac).- En un rincón de este municipio veracruzano yace el
recuerdo de una abogada, una defensora de derechos humanos, que este pueblo evoca
cada 19 de octubre: Digna Ochoa y Plácido.

Hace 10 años, Misantla ya era un pueblo en progreso, hoy mantiene su clima caluroso,
húmedo, sus fértiles tierras y aguas transparentes; la tranquilidad de los barrios
prevalece, sin embargo, para una familia la vida se hizo más corta.

Desde 2001, el nombre de Digna Ochoa quedó plasmado en la memoria colectiva por
ser una de las primeras abogadas en denunciar la impunidad del Estado, y porque los
resultados de las investigaciones sobre su muerte ofendieron a la sociedad civil.

Luego de 10 años el caso se cerró: la Procuraduría General de Justicia del Distrito
Federal (PGJDF) concluyó que la muerte de la activista se trató de un suicidio, pero la
familia Ochoa y Plácido no cree en esta versión y por ello, una vez más, abren el álbum
familiar para recordar y honrar la memoria de Digna.

En una pequeña casa de fachada marrón, las fotografías y postales son el único recuerdo
y el mejor homenaje, la evidencia de la lucidez, la valentía y el compromiso de una
luchadora social que abandonó su hogar con el sueño de cambiar al mundo.

La hija

“Una mujer muy destacada, estudiosa, inteligente... Mi hija, una maravilla”, así
describe Irene Plácido Evangelista a la quinta de sus 13 hijos, Digna, la niña que nació
el 15 de mayo de 1964 en el seno de una familia humilde y costumbrista como lo
ameritaba la época.

Irene, una mujer de gestos amables pero palabras contundentes, asegura que su hija era
alegre pero –al igual que ella– rigurosa, porque cuando necesitaba sacar el coraje, lo
sacaba. Y es que hay ocasiones en las que no se puede flaquear ni se debe andar con
titubeos.

Si Digna fue una mujer disciplinada se lo debe a su madre y a su abuela, quienes desde
pequeña le inculcaron la rigidez, los valores y hasta las reprimendas propias del
catolicismo.

Así creció, en medio de una familia recatada y de un pueblo mágico de raíces
prehispánicas. Ahí cursó sus estudios básicos y asistió a la preparatoria, una edificación
que después se convertiría en una casa de cultura pintada de blanco que hoy parece un
liceo romano.

“Fue una hija muy estudiosa, una mujer que se dedicó desde chica a sus estudios, a
prepararse para el mañana”, recuerda con la mirada llena de orgullo Eusebio Ochoa
López, su padre, un hombre de pasos lentos y ágil memoria.

La hermana

Digna no tuvo privilegios, creció con los mismas responsabilidades y obligaciones que
el resto de sus cinco hermanas y siete hermanos. Ellos así la recuerdan, como una de las
más alegres, estudiosas, obedientes y reservadas.

Digna poco habló de su trabajo como abogada, sin embargo, las amenazas que recibió
llegaron hasta su familia, según cuenta Luz María Ochoa, su hermana, quien recuerda
que en una ocasión Digna le llamó alarmada preguntando por sus sobrinas.

Tiempo después Luz María se enteró de lo que sucedía. “A ella le llamaron la
madrugada de ese día y le dijeron que tenían a una de sus sobrinas arriba de una azotea
y la amenazaron: ‘Si sigues, la vamos a matar’”, relata su hermana.

Aunque Luz María no sabe la razón de las amenazas, imagina que el hostigamiento fue
por los casos que en ese momento Digna litigaba como abogada. Esta hipótesis la reitera
otro de sus hermanos, Ignacio Ochoa, quien conoció el lado noble del derecho gracias a
su hermana.

Un año después de la muerte de su hermana, Ignacio, junto con su hermano Jesús
Ochoa, decidieron abrir el Centro de Derechos Humanos Digna Ochoa y Plácido. Fue
así que en octubre de 2002 se adentraron a mundo de riesgos latentes, el de la defensa
de las víctimas.

En alguna ocasión cuando Ignacio estudiaba la Universidad, acompañó a Digna a un
juzgado en Xalapa; en ese momento él escuchó cómo uno de los policías acusados
amenazó a su hermana luego de que ella lo interrogó con preguntas claras y
contundentes.

“Los policías empezaron a comentar si esa abogada se sentía muy valiente y no se daba
cuenta que un día podía aparecer su cabeza en la carretera”, rememora Ignacio. Ese fue
el momento en que su hermano comenzó a sentir miedo, sin embargo, siguió y hoy es
un abogado defensor como lo fue Digna.

Ignacio conoce muy bien los riesgos de su profesión. Él ha sido intimidado por teléfono,
ha recibido amenazas de parte de hombres armados, e incluso una vez fue “levantado”
por un grupo de desconocidos que lo golpearon. Aun así se mantiene firme en sus
convicciones.

Ignacio, Jesús, Luz María, Irene y el resto de los hermanos Ochoa y Plácido saben que
el legado de la defensora, al igual que el de la amiga, sigue vivo. No sólo era activista,
también era una mujer alegre a quien le gustaba cocinar, festejar y estar con su familia,
aunque fuera por poco tiempo.

En la casa familiar se sigue preparando la receta de barbacoa de pollo que Digna
cocinaba, o los tamales de picadillo que tanto le gustaban. Esas recetas, una veladora y
varias fotografías de la abogada, permanecen al paso de los años.

La activista

Digna vivió y estudió Derecho en la Universidad Veracruzana en Xalapa; viajó por el
país, estuvo en Estados Unidos e incluso en Europa; pero durante mucho tiempo radicó
en la ciudad de México, donde el 19 de octubre de 2001 fue encontrada sin vida.

¿Cómo y por qué murió? Según la PGJDF, Digna se quitó la vida; de acuerdo con la
familia, fue asesinada. Esta última hipótesis se basa en las constantes amenazas que
recibió por su labor a favor de las victimas de violaciones a los derechos humanos.

Fue una activista, una de las primeras abogadas que se convirtió en verdadera defensora.
“A ella le gustaban las cosas derechas, le gustaba la verdad... Desde chamaca le vino
esa idea, dijo que ella tenía que ser abogada”, recuerda su madre.

Digna tuvo una sólida educación religiosa y asistió con frecuencia a la iglesia de
Misantla. Luego de terminar la carrera de Derecho, Digna, con 22 años, ingresó a la
Congregación Dominicas del Verbo Encarnado en la capital del país.

No obstante, su compromiso social fue más fuerte y abandonó el convento para
incorporarse como abogada al Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro
Juárez. Eran finales de 1988.

Quería servir a la gente más humilde, más pobre, la más vulnerable, por eso se convirtió
en abogada, porque nunca olvidó que su padre pasó un año y 15 días en prisión luego de
pertenecer a un movimiento laboral que lo único que pedía eran mejores condiciones de
trabajo en los ingenios azucareros de la región.

Cada vez que su padre recuerda la anécdota lo hace con cierta tristeza porque así perdió
a su hija. “En una ocasión le dije que por qué no se venía a Misantla... ella me dijo que
no porque tenía compromisos”. Y a pesar de la tragedia posterior, esa respuesta es un
orgullo para él.

Hoy, en la casa de la familia Ochoa y Plácido sólo quedan fotos y en el pueblo de
Misantla una placa conmemorativa. Esos son los recuerdos en honor a la mujer que
hasta el final dio voz a los más vulnerables y de aquella activista que cuestionó a
quienes ejercieron el poder.

La familia de Digna tiene la certeza de que la asesinaron y, con esa seguridad sigue
esperando, aguarda reivindicación, congruencia y justicia.


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